Las ciudades inteligentes o las ciudades del futuro representan uno de los temas de reflexión intelectual y tecnológica más debatidos en los últimos años. No es fácil definir qué es una ciudad inteligente, al igual que no es obvia la definición de inteligencia. En los años que nuestros equipos llevan estudiando, trabajando, proponiendo ideas, y llevándolas a la práctica en este campo de las ciudades inteligentes, es posible que hayamos oído tantas definiciones como personas han hablado sobre el tema.
De una manera más concreta o más difusa, y en opinión del que escribe, la mejor definición de “Smart City” puede arrancar de la propia esencia de lo que entendemos por “inteligente”, es decir, “capaz de entender o comprender”, “capaz de resolver problemas”. Una ciudad inteligente sería aquella que hace el mejor uso de la información y de las herramientas tecnológicas existentes para maximizar el bienestar de sus habitantes y visitantes, entendiendo y resolviendo sus problemas, a la vez que optimiza el uso de los recursos disponibles.
La ciudad como modo de vida del siglo XXI
La ciudad es un conjunto complejo de personas, redes, sistemas y organizaciones que interaccionan entre sí en un marco físico acotado. Como tal, es un invento bastante antiguo ya que el modo de vida urbano es casi paralelo al inicio de las antiguas civilizaciones.
En un momento dado de la historia y en una geografía concreta —la cuenca del Tigris y el Éufrates— los seres humanos empiezan a agruparse en núcleos densos de población con una organización social más compleja, y con la incorporación de avances tecnológicos que llevan a una incipiente división del trabajo. Desde ese momento, y con todos los altibajos posibles —con sus momentos de esplendor y de decadencia— el modo de vida urbano constituye parte nuclear de la historia de la humanidad.
Es en las ciudades donde se concentra la mayor parte de la actividad económica, de la producción cultural, de las innovaciones tecnológicas, de los cambios sociales más profundos. Su poder de atracción y fascinación sobre las personas no deja de crecer.
A principios del siglo XXI se ha dado un hecho por primera vez en la historia: el porcentaje de la población mundial que vive en entornos urbanos ha superado al que vive en entornos rurales. Se prevé que la tendencia continúe durante las próximas décadas, por lo que el siglo XXI será el siglo de las ciudades. Hoy por hoy, el 80 % del PIB mundial se genera en los núcleos urbanos.
¿Qué tiene el modo de vida urbano que lo hace tan irresistible?
Sin lugar a dudas, el hecho de vivir en una ciudad presenta mejores oportunidades económicas, ligadas a la industrialización y los servicios, frente a la economía mayoritariamente agraria de las zonas rurales. Las personas de muchas regiones del mundo, perciben que en una ciudad van a tener más capacidad para elevar su nivel de vida y el de sus familias, y que van a poder disfrutar de mayor libertad, seguridad e independencia.
¿Se trata de un espejismo? Podría parecerlo cuando uno observa los barrios marginales de algunas de las grandes ciudades latinoamericanas, muy lejanos de cualquier visión idílica de la ciudad ideal. Para nosotros, que vivimos en Europa Occidental y en entornos mayoritariamente estables, puede parecernos a primera vista que esta transformación no es tan singular o novedosa. Pero si ganamos cierta distancia sobre nuestra posición “eurocéntrica”, podremos observar fácilmente cómo, día tras día, miles de personas de los ámbitos rurales se van desplazando a las grandes megápolis de Asia o América Latina, con crecimientos ya explosivos durante los últimos años. En la lista de las 20 Megápolis mundiales —las 20 áreas metropolitanas más pobladas del mundo — 19 no son europeas, y de ellas, 13 son asiáticas. Europa ha dejado de ser la referencia cuando hablamos de las grandes ciudades del mundo, aunque la importancia cultural, innovadora y generadora de conceptos de las viejas ciudades europeas sigue muy viva.
Es posible imaginar un mundo futuro constituido por una red global interconectada de grandes núcleos urbanos: las megaciudades, y que estas sean los nodos de una nueva centralidad de la población mundial, la actividad industrial, los recursos financieros, la innovación, las grandes corporaciones y las universidades de prestigio. Sin embargo, el crecimiento de estas megaciudades ha traído consigo los “megaproblemas”, o mejor dicho, su crecimiento explosivo en los países emergentes, ha elevado en varios órdenes de magnitud, la complejidad e impacto de los problemas urbanos y la dificultad de las soluciones.
Una urbe, independientemente de su tamaño y su crecimiento, tiene ante sí profundos retos que resolver:
• Sociales: la movilidad diaria de los habitantes a sus centros de trabajo u ocio, la cobertura de la sanidad y la salud pública, la educación, la atención social, la seguridad y las emergencias.
• Económicos: la competitividad de su tejido económico, los costes y las externalidades, la administración y la regulación de la actividad económica.
• Políticos: la estructura del gobierno y la gestión municipal, la eficiencia en la gestión y en los trámites administrativos, la participación ciudadana.
• Medioambientales: las emisiones contaminantes debidas al tráfico y a las actividades industriales, el ciclo del agua, la gestión de los residuos, la sostenibilidad del crecimiento, y decenas de aspectos más que es imposible recoger aquí.
Nada de esto es diferente a lo que han vivido las generaciones anteriores, y los retos son, en esencia, los mismos. Las grandes soluciones en el pasado han surgido de las mejoras aportadas por los avances tecnológicos. ¿O no fue un gran avance la creación de una red de abastecimiento público de agua potable a los domicilios? ¿O el desarrollo del ferrocarril, o del transporte público? ¿O la luz eléctrica?
Lo que nos dice la historia es que las ciudades, y con ellas el modo de vida urbano, han evolucionado gracias a incorporar las nuevas posibilidades que la ciencia y la tecnología les ha proporcionado. En definitiva, la faz de las ciudades europeas actuales es el resultado de la superposición de los diferentes cambios y transformaciones que en el pasado originaron las sucesivas incorporaciones de nuevas tecnologías, procesos y sistemas.
En su momento parecieron revolucionarias, y vistas con los ojos de hoy, se considera que “siempre estuvieron allí”, pero sabemos que no es así.
¿No forman parte las tecnologías de información y comunicaciones de este proceso evolutivo? Sin duda, aunque estemos viviendo, en el caso concreto de las TIC, el momento histórico singular de su aparición en escena. Escasamente vislumbramos los impactos, que pueden tener en la configuración de la ciudad y en la forma en la que los ciudadanos interaccionan con la misma, el acceso universal y móvil a las redes de datos, la penetración casi completa de la telefonía móvil, el Internet de las cosas, la computación en la nube, o el Big Data.
Exactamente sobre estas bases se construye la visión de la ciudad inteligente o Smart City.
Adicionalmente, las ciudades se han convertido en focos de atracción económica, de difusión de conocimiento y de desarrollo del talento que, al igual que las empresas, se ven forzadas a competir para atraer capital económico y humano con conocimiento e ideas. Así, las ciudades buscan ser eficientes, sostenibles, dar calidad de servicio y ofrecer servicios de valor añadido generando un nuevo tejido social y económico basado en la creatividad, la innovación y las nuevas tecnologías.
El éxito de una ciudad depende de cómo se afronten, resuelvan y consoliden respuestas a estos desafíos. Si la ciudad no puede mantener su promesa de una vida mejor para sus habitantes, cabe pensar que la ciudad decaerá.
El mapa de las ciudades más pujantes, más atractivas, y con más proyección de futuro no es un mapa estático o inmutable, sino que se escribe cada día y se valida cada vez que alguien elige una nueva ciudad para vivir, o una empresa decide ubicarse en un área metropolitana en lugar de en otra.
En paralelo, la tendencia a la concentración urbana ha provocado que actualmente las ciudades consuman más de dos tercios de la energía mundial y representan el 70 % de las emisiones globales de CO2. Por tanto, es evidente que la gestión de las ciudades requiere progresivamente un cambio de modelo para alcanzar la sostenibilidad medioambiental, reduciendo el consumo de recursos naturales y las emisiones contaminantes. Es patente, y basta visitar algunas de las ciudades asiáticas para convencerse, que un modelo urbano basado en la indefinida explotación de los recursos naturales, como el suelo, el aire o el agua, acaba por agotarse y que es insostenible a largo plazo.
En este contexto de evolución urbana y social se suma, en geografías más cercanas, la profunda crisis económica global que ha reducido considerablemente las capacidades financieras de las administraciones locales para mantener los servicios públicos. Por lo tanto, es el momento ideal para reflexionar sobre cómo introducir cambios en el modelo de gestión, de financiación, o de prestación de servicios municipales, y sobre cómo la tecnología puede contribuir a esos cambios.
Ante esta situación de recursos que escasean, tanto naturales como económicos, combinada con un gran crecimiento de la demanda, tanto en cantidad como en calidad de los servicios, la eficiencia y la sostenibilidad se convierten en los principales desafíos a los que se enfrentan las ciudades y nos proporciona el marco conceptual que debe dar forma a una Smart City.
Una propuesta tecnológica para la ciudad del futuro
Desarrollar un modelo de ciudad inteligente implica evolucionar hacia una ciudad más habitable, funcional, competitiva, sostenible y atractiva gracias al uso de las nuevas tecnologías. Esto genera un impulso de la innovación y la gestión del conocimiento que actúa sobre seis dimensiones clave: la economía, la movilidad, el medioambiente, la ciudadanía, la calidad de vida y, por último, la gestión y administración municipal.
En toda arquitectura tecnológica de ciudad inteligente, y pueden concebirse diferentes alternativas, existe una primera capa de sistemas de captura de datos, medición e información. Conceptualmente estaríamos hablando de los “sentidos” de la ciudad, aquellos puntos donde se recoge de forma continua, y en tiempo real, la información relevante sobre la que se desea trabajar. Puede tratarse de sensores, de los propios registros de los sistemas municipales existentes, de sistemas de medición o captura de información, o de aportaciones voluntarias de información de los ciudadanos, por ejemplo, a través de sus smartphones.
Esta información capturada, transmitida y procesada por las infraestructuras de comunicaciones y de proceso de datos de la ciudad —los “nervios”— puede alimentar las aplicaciones específicas que dan soporte a las necesidades enfocadas a cada una de las dimensiones de los servicios municipales, como por ejemplo: transporte y movilidad urbana, mantenimiento de edificios y zonas verdes, gestión energética, entre otras. Siempre basándose en un modelo de información única, compartida y accesible de forma transversal.
Sobre estas aplicaciones debe actuar una capa de análisis y explotación de la información para la toma de decisiones, que sea capaz de proporcionar a los gestores de la ciudad indicaciones en tiempo real y aprendizaje sobre el impacto de las decisiones de gestión. Idealmente, todo ello soportado en un centro o centros de control que integren las diferentes datos, visiones, alertas y procesos clave, el cual constituiría finalmente el “cerebro” de la ciudad inteligente, por concluir con nuestra analogía biológica.
Impresionan las soluciones y desarrollos tecnológicos incorporados a las ciudades en los últimos años, y la inteligencia ya existe en muchos de los procesos de las ciudades actuales, entre ellas las españolas. La mayoría de los desarrollos urbanos actuales están basados en soluciones TIC verticales que intentan resolver las necesidades de las diferentes dimensiones de la ciudad, como la movilidad urbana o la gestión de residuos.
Aunque cada ámbito vertical de aplicación de negocio esté diseñado y dotado de tecnología avanzada, el desarrollo de soluciones tecnológicas transversales y una visión compartida proporcionaría un modelo en el que multitud de aplicaciones podrían abordar de forma más inteligente los problemas y sobre todo, hacer un uso más eficiente de los recursos públicos. En este contexto, uno de los conceptos claves para desarrollar la Smart City es conectar los sistemas y aplicaciones desde una visión integral, con el fin de conseguir eficiencias e información de valor añadido al cruzar datos y requerimientos provenientes de varios servicios. Esta visión integral requeriría una plataforma tecnológica a la que puedan conectarse todos los servicios de la ciudad, sean públicos o privados y, por ello, debería ser abierta, interoperable y escalable.
La Smart City, conceptualmente así descrita y en un escenario de futuro, pero a la vez realista de acuerdo al estado de la tecnología ya disponible, podría:
• Conseguir la puesta en valor de la totalidad de los datos por parte de gestores y ciudadanos.
• Facilitar el acceso estructurado de los ciudadanos y las empresas a esa información, y generar una interacción más directa que incremente la participación ciudadana.
• Extraer nuevas relaciones entre los conjuntos de datos, no evidentes en análisis aislados, pero que se manifiestan al analizarlos de forma conjunta.
• Almacenar conocimiento y anticiparse al comportamiento de la ciudad en situaciones recurrentes. En otras palabras: aprender.
• Generar escenarios de simulación por parte de los gestores, que podrán conocer los resultados previstos, positivos y negativos, de sus decisiones y entender los efectos de las mismas de forma global.
Se trata, en definitiva, de alcanzar una gestión holística para contribuir a identificar servicios o actividades prioritarios por su impacto, optimizar servicios y operaciones e incluso, descubrir nuevas tendencias que se traduzcan en oportunidades.
[blockquote style=»2″]Smart Cities para la economía española
Según un estudio elaborado por Navigant Research (Smart City Technology Market), el valor del mercado de los proyectos de Smart Cities superará los 20.000 millones de dólares en 2020, lo que supone una tasa de crecimiento promedio anual del 16,2 % respecto los 6.000 millones de dólares estimados para 2012. Esto implica un elevadísimo potencial de mercado para la implantación de soluciones inteligentes y que, a la vez, suponen un catalizador para el despliegue de servicios e infraestructuras tradicionales en la ciudad. Para las empresas españolas que nos dedicamos a diseñar, innovar e implantar este tipo de soluciones, se trata de una oportunidad para contribuir a que nuestro país sea referencia en productos y servicios de altísimo valor añadido. A modo de ejemplo de las contribuciones de las empresas TIC españolas que se están implantando en ciudades del mundo, podemos hablar de Indra y de su plataforma para el gobierno de las Smart Cities, que gestiona los datos generados para ofrecer una visión completa de la actividad. Esta plataforma está basada en los resultados obtenidos en el programa europeo de I+D+i SOFIA (Smart Objects For Intelligent Applications), en el que Indra ha participado activamente, y se posiciona como un centro integrador en el que confluye la información de tres grandes módulos de sistemas: los equipos de medición y sensorización desplegados por la ciudad, los módulos de gestión de servicios que se coordinan entre sí para ofrecer soluciones globales a la ciudad y, por último, los sistemas de análisis de la ciudad, que recogen información de los anteriores subsistemas para ofrecer información crítica para la gestión de la ciudad. Los protagonistas de este movimiento tecnológico son variados, y todos ellos tienen un papel esencial. Muchas autoridades municipales están distinguiéndose por sus ideas y su capacidad de liderazgo estratégico desde la Administración. Las empresas españolas de servicios urbanos están aportando a este campo, tanto en España como en muchas partes del mundo, compañías tecnológicas multinacionales líderes. Estamos innovando, desarrollando e implantando este tipo de soluciones junto con instituciones, universidades, emprendedores y empresas consultoras, que también están contribuyendo intelectualmente al movimiento desde la óptica de I+D, la sostenibilidad energética o medioambiental. Creemos firmemente que el camino de la innovación y la creatividad, también en este campo de las ciudades inteligentes, es el camino más prometedor para que la economía española mantenga y refuerce un lugar de referencia entre las economías tecnológicamente avanzadas, las que generan los productos y servicios de mayor valor añadido. [/blockquote]
[button link=»» icon=»9998″ target=»» color=»0000″ textcolor=»ffffff» size=»small»]Manuel Ausaverri, socio de Business Consulting, la unidad de consultoría de Indra[/button]