Cada día que pasa el discurso de la competitividad al servicio del progreso económico y social pone más de relevancia la importancia de la persona, desde el punto de vista de sus aptitudes y también de sus actitudes. Parece un poco chocante que nos demos cuenta de esto de vez en cuando, un poco como de moda, cuando siempre ha sido la referencia fundamental. Somos las personas las que desarrollamos y aplicamos nuestras habilidades, las que comprometemos nuestras emociones y nos involucramos. Sin personas no hay empresas, organizaciones, sociedad. Y muchas veces perdemos de vista esta realidad incuestionable.
Pues bien, ahora parece que hay que hablar del talento, como si fuese un concepto nuevo que merece la pena destacar haciendo abstracción de todo lo demás. En realidad llevamos muchos años hablando del talento y asumiendo que el reto fundamental de toda organización pasa por detectar, desarrollar, atraer y retener el talento. Un talento íntimamente ligado a la consideración del conocimiento como el eje de toda organización innovadora. De ahí, que la preocupación por ser competitivos y progresar ha llegado a plantear para el futuro un escenario en el que la “guerra por el talento” determinará quienes serán vencedores y quienes vencidos.
A lo largo de la historia han aparecido personas de indudable talento: Leonardo da Vinci, Séneca, Arisóteles, Copérnico, Galileo, Heráclito, Demóstenes, Platón, etc. son ejemplos de talento. También grandes artistas como Miguel Ángel, Velázquez, Picasso, Dalí, Chillida… Grandes científicos, escritores, cantantes de ópera, cocineros, deportistas, empresarios, políticos… Y por qué no, payasos, domadores de fieras, levantadores de piedras… Todavía más, hay personas con talento para comer el que más, para aguantar sin respirar, y cosas todavía más raras e incluso inapropiadas. Por último, nos guste o no, tenemos que reconocer un tipo de talento en los dictadores como Hitler, o en guerreros como Atila…
Así que no es cuestión menor que cuando hablamos de talento pensemos en qué tipo de talento estamos considerando y, sobre todo, al servicio de qué ponemos ese talento.
Situando el talento al servicio de la innovación sostenible y competitiva, en tanto que aporta valor, creo que hay seis tipos de capacidades o talentos que deberíamos cultivar: talento para comportarse, que tiene que ver con los valores; talento para utilizar, usar herramientas, que tiene que ver con la tecnología; talento para pensar, que tiene que ver con el conocimiento; talento para colaborar, que tiene que ver con la cooperación; talento para llegar a tiempo, que tiene que ver con la velocidad; y talento para dirigir, que tiene que ver con el liderazgo.
Si la importancia del talento está fuera de toda duda, la siguiente cuestión es conocer cómo podemos hacer que el talento crezca al servicio del progreso en un espacio territorial determinado. Porque a pesar de la creciente importancia de los espacios virtuales, los espacios físicos son los lugares en los que las personas viven y desarrollan sus capacidades. Que lo hagan en un sitio o en otro, en una organización o en otra no es cuestión baladí.
El reto fundamental con el que nos enfrentamos es el de articular un espacio físico, que se completará con su espacio virtual de relaciones, en el que el talento tenga las mejores condiciones para nacer y desarrollarse, crecer y salir fuera, volver junto con otros, llegar y quedarse, fluir y depositarse. El lugar por el que fluye el talento y se siente cómodo para crecer es un lugar de progreso.
La cuestión que realmente debemos afrontar no se refiere a la disyuntiva de atraer talentos o movilizar activos y conocimientos locales. No se trata de elegir entre dos estrategias que aparecen como alternativas, pues la única respuesta posible pasa por sumar las dos líneas en una estrategia común. El talento es local y es universal, si es que queremos que sea útil para el progreso. Necesitamos atraer talento y activar el talento que ya tenemos, haciendo que fluya de manera permanente para hacerlo crecer.
Construir el espacio del talento es la clave y ahí aparece la ciudad como el lugar por excelencia para que las cosas pasen. La ciudad, o mejor la región urbana, como un espacio físico en el que proyectar los principios inspiradores, construir los factores clave para el desarrollo del talento y ubicar los espacios que harán posible su atracción, identificación y desarrollo. Creo que es la mejor referencia de dimensión espacial para lograr la adecuada densidad de diversidad, que permita ser puesta en valor de manera más eficiente para hacer de ese espacio un sistema de innovación sostenible y competitivo.
José Luis Larrea, presidente de Ibermática
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