Qué maravillosos eran aquellos tiempos en los que el único que se subía a una nube era Goku y cantaba aquello de “volando, volando”. Ahora todos estamos en esa nube a la que llamamos cloud y volamos, sí, pero por la rapidez a la que nos tenemos que mover. El ritmo de vida que llevamos es tan veloz que a veces no nos deja disfrutar de los pequeños detalles de la vida.
Un ejemplo. No hace mucho que en Google se podía ver un doodle del monstruo del lago Ness que celebraba el aniversario de aquella primera y legendaria foto de Nessi. Algunos artículos relacionados con la búsqueda ya mencionaban que hacía un par de años que no había nuevos avistamientos de la criatura y yo me pregunto: ¿estaremos abandonando el pequeño placer de la imaginación? ¿o simplemente estamos demasiado ocupados en fotografiar y compartir el Loch Ness que no nos paramos a observar las ramas de formas inquietantes que asoman de la superficie?
Vivimos hiperconectados, estresados y siempre esperando una respuesta – a ser posible positiva – de todo lo que compartimos en a través de redes sociales, de la nube o de nuestra página web, aunque aquel que nos responde no sepamos quién es y , probablemente, en otras circunstancias tampoco nos preocuparía su opinión.
Está claro que nos hemos subido a la nube – aunque no se parezca a la de los dibujos –, viajamos a toda velocidad y somos capaces de ver, de un solo vistazo, millones de cosas, pero se nos está olvidando que lo que realmente importa son los pequeños detalles que no tenemos tiempo de disfrutar preocupados, como estamos, de mirar todo el tiempo una pantalla.