El ascenso de la inteligencia artificial ha puesto en el centro una verdad incómoda que la industria tecnológica lleva años ignorando: sin eficiencia, la tecnología no impulsa el negocio, lo frena. Es imperativo redefinir prioridades y cuestionar décadas de inversión basada en hardware porque el rendimiento de las aplicaciones es la verdadera clave de la competitividad.
Durante dos décadas, gobiernos, corporaciones y fondos de inversión asumieron que el progreso tecnológico solo podía lograrse añadiendo más máquinas y más infraestructuras. Sin embargo, ese dogma saltó por los aires cuando, a principios de este año, una aplicación optimizada en China, DeepSeek, fue capaz de evaporar 1,4 billones de dólares en valor bursátil de grandes tecnológicas estadounidenses y de poner en cuestión el plan de inversión en IA de 500.000 millones anunciado por Trump. De repente, el mercado asumió una evidencia silenciada durante demasiado tiempo: la eficiencia del software tiene un impacto económico, energético y estratégico de primer orden.
La caída de un mito, el hardware no es la solución
Estados Unidos ha basado su liderazgo tecnológico en un crecimiento masivo de infraestructuras. En 2021, Nvidia ni siquiera aparecía entre las grandes compañías del mundo; hoy se sitúa en la cima gracias a esta narrativa. Algo similar ocurre con IBM en el mundo mainframe o con Oracle en las infraestructuras corporativas. El modelo cloud tampoco ha corregido esta tendencia: la respuesta ante cualquier necesidad ha seguido siendo la misma, añadir más hardware.
La idea del “hardware barato”, repetida durante años, es falsa. La mayor fuente de gasto no está en las máquinas, sino en las aplicaciones que se ejecutan sobre ellas. Un software ineficiente consume recursos de forma desmesurada y obliga a una espiral de inversión continua que no responde a necesidades reales, sino a ineficiencias ocultas.

La revolución silenciosa, el rendimiento sí importa
DeepSeek marcó un antes y un después. Por primera vez en 20 años, un software mejor superó a un hardware más grande, demostrando que la optimización puede alterar los mercados globales. El impacto energético es igualmente significativo; ahí están titulares como “La IA en Estados Unidos consumirá tanta energía como toda España”, que reflejan la insostenibilidad del modelo actual.
Durante años, la industria celebró cada incremento de potencia como un progreso, sin plantearse si realmente se necesitaba más capacidad. La realidad es justo la contraria: sin eficiencia, la IA no es viable. En Orizon llevamos casi dos décadas defendiendo esta idea. El futuro no pasa por multiplicar infraestructura, sino por desarrollar un software mejor y más eficiente.
Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? La pérdida de foco en la eficiencia del software no es casual. La industria ha desmantelado, pieza a pieza, todos los mecanismos que tradicionalmente velaban por el rendimiento. Los desarrolladores se evalúan por cumplir plazos y evitar errores, no por construir aplicaciones eficientes. Los equipos de I&O han eliminado ejecuciones completas en entornos de pruebas sin un enfoque para medir el comportamiento dinámico del software. Las herramientas de monitorización priorizan métricas de estabilidad, pero no profundizan en las que son clave en el rendimiento real. Y un remedio como FinOps optimiza costes de habilitar o deshabilitar servicios e infraestructuras, pero no aborda la ineficiencia a nivel de aplicación, donde reside el mayor potencial de ahorro.
Además, se ha mantenido el mito de que solo las infraestructuras heredadas crecen sin control, cuando el problema es estructural. La realidad es que todas crecen —IBM, Oracle, Nvidia, AWS, Azure o Google— porque las aplicaciones son cada vez menos eficientes. La llegada de la IA acelera esta dinámica. Cada nuevo modelo exige más capacidad y la respuesta del mercado es comprar más máquinas, alimentando un círculo vicioso insostenible.
La década perdida del rendimiento
Como consecuencia, la eficiencia, que debe ser el núcleo del desarrollo, ha desaparecido del ciclo de vida del software. Se ha borrado culturalmente. Y hoy descubrimos que es precisamente esa eficiencia la que determina la competitividad de países, empresas y sectores económicos enteros.
Tras años de predicar en el desierto, la eficiencia del software se ha convertido en la tendencia tecnológica más relevante del mundo. En Orizon llevamos tiempo anticipando esta realidad. Nuestra trayectoria demuestra que optimizar el software genera ahorros de cientos de millones, mejora la calidad de servicio y acelera sistemas críticos. Lo que durante años parecía una voz contracorriente es hoy el centro del debate global.
DevPerOps y BOA, la disciplina y la tecnología del rendimiento
Para resolver este desafío no bastan herramientas aisladas. Era necesaria una disciplina propia, transversal y rigurosa. Así nació DevPerOps, la primera metodología integral diseñada para optimizar el rendimiento y los costes del software a lo largo de todo su ciclo de vida.
DevPerOps se basa en principios que hoy son imprescindibles: medición continua y exhaustiva del comportamiento real de las aplicaciones; identificación de ineficiencias reales, no simples síntomas; priorización de correcciones según su impacto económico y operativo; integración del rendimiento como objetivo estratégico de primer nivel; y, por supuesto, colaboración entre negocio, desarrollo, operaciones y arquitectura bajo un mismo marco.
En esencia, se trata de reinstalar la eficiencia en el corazón de la ingeniería del software y hacerlo desde el análisis riguroso, no desde la intuición.
Para aplicar DevPerOps desarrollamos BOA, una plataforma capaz de analizar miles de millones de eventos y encontrar “las agujas en el pajar”: las ineficiencias que disparan el consumo, degradan el servicio y obligan a invertir más en infraestructura. BOA interpreta la relación real entre aplicación e infraestructura —qué consume, cuándo, dónde y por qué—, y propone o aplica soluciones.
El siguiente paso en esta evolución es BOA AI, nuestro nuevo asistente inteligente. BOA AI acelera la identificación de ineficiencias, prioriza correcciones de mayor impacto, impulsa una cultura de rendimiento, y optimiza automáticamente patrones de comportamiento del software. De este modo, BOA AI no solo se suma a la conversación global sobre IA; la redefine.
La pregunta que nadie hace: ¿quién optimiza la IA?
Muchas organizaciones están decididas a desarrollar aplicaciones con IA o a acelerar su delivery mediante ella. Pero casi ninguna se pregunta lo esencial: ¿quién optimiza esas aplicaciones?
La industria habla de usar IA para desarrollar más rápido, pero no de usar IA para construir software más eficiente. Sin embargo, ahí es donde está el verdadero punto de inflexión. Las compañías que integren la eficiencia en código, arquitectura y operación obtendrán una ventaja competitiva inigualable.
Por ello defendemos la creación de un nuevo rol estratégico, el Chief Performance Officer (CPO), responsable de asegurar que las aplicaciones funcionan al máximo rendimiento y que la organización no gasta más de lo necesario. Un rol tan crítico como el CIO o el CTO en esta nueva era.
Bienvenidos a la era del rendimiento
Estamos ante un cambio de paradigma. El mundo empieza a cuestionar el gasto desorbitado en infraestructura y a reconocer que optimizar las aplicaciones puede contener más del 80% del crecimiento anual en inversión en hardware. Tras esa eficiencia se esconde un valor inmenso que muchas organizaciones aún no han descubierto.
Entramos en la era del rendimiento, en la que el mejor hardware será simplemente aquel que no haga falta comprar, la era del mejor software. Los departamentos de TI podrán defender el valor intrínseco de la tecnología, pero el negocio exige algo más: máxima eficiencia, mínimo coste y resultados demostrables en KPIs reales.
Ángel Pineda
CEO de Orizon











