Papa Noel acarició su saco. Está todo, pensó. Removió los millones de cartas que le habían escrito. Cartas llenas de cariño, entusiasmo, ingenuidad y buenos deseos.
Alguien le había dicho que tenía que modernizarse. Que las cartas en papel ya no se llevaban. Era mejor un email y tener los datos en la nube. En la nube… pensó… “Las nubes son ideales para volar por ellas con mi trineo cargado con los regalos, con los que haré feliz a millones de personas en el mundo”, se dijo.
Alguien, incluso, había ido más allá al decirle que no sabía “el tesoro” que tenía en datos. Datos que había que analizar para extraer la información y monetizar. Pero Papá Noel no entendía, ni quería, de estas cosas. Lo único que le interesaba analizar era si aquellas personas que se dirigían a él disfrutaban plenamente de la vida. Sabía que no. Y eso le apenaba. Había demasiado tristeza que no sabía cómo combatir. “Diseñen tecnología para eso”, murmulló.
Se enfundó su traje rojo y se preparó para subir en el trineo sin GPS. Pero tampoco le hacía falta. Millones de años sobrevolando por diferentes países le habían permitido desarrollar una orientación más perfecta que la de cualquier tecnología. Y nunca estaba fuera de cobertura, otro dato importante. Sin olvidar que era el medio de transporte menos contaminante que había en el mundo. Y al recordarlo sonreía.
Acomodado, guiñó un ojo a sus renos y se dispuso a amenizar el viaje con música. Le esperaba un largo trayecto hasta cumplir con su misión. Pero no se puso los cascos ni usó Spotify. Simplemente cantó. Sus villancicos inundaron el cielo y en la tierra, mientras la población dormía, se pudo comprobar, con las luces de Navidad inundando pueblos y ciudades, la felicidad en los rostros de todos aquellos que creían en la magia de la Navidad. Con o sin tecnología…
Feliz Navidad.